Hace unas semanas, viví en carne propia lo absurdo del viejo sistema bancario. Mi tarjeta de débito había vencido y, aunque casi no la uso, un comercio me exigió una física para poder pagar. “Fácil”, pensé. “Paso por el banco, la renuevo y listo.” Qué ingenuidad la mía. Fui a la sucursal, esperé mi turno, expliqué mi caso. Pero no. No podían darme una nueva tarjeta en ese momento. ¿La razón? Tenían que mandar un correo... + Leer noticia completa
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