La ciencia ha estudiado ampliamente los efectos del azúcar en el cerebro y cómo influye en nuestra capacidad para seguir comiendo, incluso cuando ya estamos llenos.
Cuando consumimos azúcar, nuestro cerebro libera dopamina, un neurotransmisor asociado con el placer y la recompensa. A diferencia de otros alimentos, los postres y productos azucarados generan una mayor liberación de dopamina, lo que puede hacernos sentir bien momentáneamente y reforzar el deseo de seguir comiendo, incluso cuando nuestro estómago está lleno. Este mecanismo está relacionado con el llamado “estómago para el postre”, que no es más que una respuesta cerebral ante un estímulo placentero, más que una verdadera necesidad fisiológica.

Además, el azúcar influye en los niveles de glucosa en sangre. Un consumo excesivo, sobre todo después de una comida abundante, puede generar un pico de glucosa seguido de una caída rápida, lo que podría provocar fatiga o una sensación de hambre repentina poco tiempo después de haber comido. Esta fluctuación en los niveles de azúcar también está relacionada con el control del apetito y puede contribuir a una alimentación poco equilibrada si se convierte en un hábito frecuente.
Otro aspecto importante es la resistencia a la leptina, la hormona que regula la saciedad. El consumo excesivo y frecuente de azúcar puede alterar la señalización de esta hormona, haciendo que el cerebro no registre correctamente la sensación de estar lleno, lo que puede fomentar el sobreconsumo de alimentos a largo plazo.
Sin embargo, esto no significa que el postre deba eliminarse por completo. Consumirlo con moderación y optar por opciones con menor cantidad de azúcares añadidos, como frutas o postres caseros con ingredientes más naturales, puede ayudar a equilibrar el placer de un dulce sin afectar negativamente la salud.
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