Apariencia y meritocracia
Contaré esto si alguna vez me preguntan sobre el sentido de la meritocracia...
OceanGate es una empresa que organiza uno de los viajes más interesantes del mundo: descender cuatro kilómetros en el océano para observar los restos del Titanic. No hace falta decir que se trata de una aventura extremadamente peligrosa. Y costosa, considerando que cada pasaje cuesta un cuarto de millón de dólares.
Hace dos domingos, se perdió el contacto con la cápsula que visitaba el célebre naufragio. Las cinco personas que iban dentro fueron declaradas muertas).
El dueño de OceanGate habría declarado alguna vez que no quería contratar como piloto al típico “hombre blanco y cincuentón”, peor si tenía experiencia previa como militar. La mayoría de los capitanes de submarinos civiles (existen varias empresas) tiene justamente ese perfil. Afirmó que prefería a un piloto de 20 o máximo 30, que “inspirara” a los jóvenes.
No es muy popular decirlo, pero hay cosas que sólo se aprenden con el tiempo, mucho estudio y golpes de existencia. Debe ser muy bonito y moral contratar a alguien por alguna característica exterior, como el sexo, edad, cantidad de melanina en la piel o teñido del pelo, pero ninguna de esas garantiza capacidad y serenidad frente a lo inesperado. Soy de los que piensan que el único color relevante de una persona es el gris, por la capa más externa y útil del cerebro. Mientras más tenga, mejor.
Me dirán que este ejemplo no tiene nada que ver con nuestra andino-amazónica realidad. Pero ¿qué clase de “pilotos” dirigen el país? ¿Les parecen las personas más aptas para sus funciones y responsabilidades? Sé que muchos son bastante pintorescos y “representan” a algún gremio o tribu, pero ¿realmente será algo esencial? Ya me dirán.
Columnas de ERNESTO BASCOPÉ