El rigor de la palabra

Ignacio Di Tullio 10/10/2022
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Recuerdo la primera vez que escuché esas tres palabras juntas, una al lado de la otra. “Claridad, brevedad y concisión: las tres máximas del periodismo”, nos dijo aquél profesor universitario en su clase inaugural. Antes de convertirme en un joven estudiante de la carrera de Comunicación Social, ante todo fui un aficionado a la poesía. De modo que no tardé en conectar puntos entre aquellos universos, a priori tan distintos.

Hace algunas semanas, un curso de periodismo digital que dicté para periodistas de Bolivia, organizado por la empresa de telecomunicaciones Tigo, me puso nuevamente de cara no solo frente a estas tres máximas sino a la relación del periodismo con la poesía.

Por claridad se entiende que el profesional de la comunicación domine la sintaxis, emplee un vocabulario accesible (sin preciosismos ni exceso de tecnicismos) y sobre todo que en sus textos prevalezca un orden lógico de las ideas. La claridad es el rasgo que apela al uso convencional del lenguaje, sin desórdenes ni errores gramaticales que agreguen complejidad innecesaria. El género lírico no necesariamente apela a la claridad, pero sí la poesía que a mí me gusta: Seamus Heaney, Antonio Gamoneda, Jorge Teillier, Joaquín Giannuzzi…

Por concisión se entiende ni más ni menos que el empleo de las palabras necesarias para la comprensión de una idea. Ser conciso es utilizar los vocablos precisos para expresar una idea, sin emplear otros que no aporten sentido al texto. La poesía es el arte de la concisión, el ejercicio de roer la palabra hasta saborear el tuétano.  

La brevedad es quizás la condición más difícil, porque el ser humano tiende naturalmente a la digresión y al circunloquio. Ya lo decía el aforista francés Joseph Joubert: “Porque me faltó tiempo no he sido breve”. En la redacción periodística, extenderse innecesariamente denota falta de elaboración y cuidado. La instancia de la corrección y revisión final de una nota –una práctica cada vez menos frecuente en las redacciones—y se emparenta al momento en el que el artesano se aboca a las terminaciones de la pieza en la que trabaja. Es un acto sagrado donde no solamente se pone en juego el profesionalismo del redactor sino su solidaridad hacia el lector. Al tachar las palabras que sobran, lo mismo que el poeta, el periodista poda su bonsái para que el mínimo follaje transmita el concepto.

Durante un par de años el escritor Fabio Morabito llevó adelante una brevísima columna semanal en la revista cultural Ñ, del diario Clarín de Buenos Aires. “Siempre se puede quitar algo del texto. Llegaba un momento en que tenía que contar los caracteres por el tamaño que me exigían en el diario. Eso representa una enseñanza casi ética para un escritor. La columna breve tiene una síntesis que la acerca a la poesía. De manera involuntaria, algunas de esas columnas terminan por tener el tipo de pensamiento, de imaginación que uno puede llegar

a encontrar en la lírica, donde hay asociaciones y afirmaciones que de algún modo nos tocan pero que no podríamos traducir en términos muy racionales”, afirma Morabito, en relación a aquellas columnas.

Cuentan que el periodista Jorge Lanata solía obligar a la redacción de su diario Página12 a leer poesía. No buscaba aficionados al género, sino que los periodistas comprendieran el ejercicio riguroso con el lenguaje que supone la composición de un poema.

Una de las causas de que en la actualidad los comunicadores incurran en malas prácticas se debe a la falta de reflexión en torno al oficio. El periodismo no solamente debe recordar sus tres principios elementales sino también empezar a amigarse con el rigor presente en el discurso poético, que, a fin de cuentas, no es para nada ajeno al informativo.

* El autor es profesor universitario, periodista y poeta. Es egresado de la carrera de Comunicación Social (Universidad Austral), Diplomado de la Cátedra de Poesía Latinoamericana (UNSAM) y Magister en Periodismo por la Universidad de San Andrés- Grupo Clarín. Publicó los libros La música sin nombre (Ensayo), Famiglia (Poesía). Escribe una columna semanal en el periódico La Prensa, de Buenos Aires y colabora en la sección Cultura del diario Clarín). 

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