¿A quiénes hicieron ricos los megayacimientos bolivianos?

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Publicado el 04/07/2022 a las 19h36
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Plata, tanta plata que una de las montañas argentadas más famosas del mundo, sino la más famosa, se halla aquí. Oro, en tales cantidades que se lo explota sin tregua, y a las malas, desde hace más de un siglo en su cuenca principal.

Estaño, como para haber gestado a uno de los magnates más poderosos del planeta y contar, entre otras, con la quinta mayor mina del mundo. Gas natural, en tal cantidad, que uno de sus campos fue principal proveedor de energía de la quinta metrópoli del orbe durante dos décadas. Esos, entre otros algo menores, los mayores recursos naturales que se han explotado en Bolivia hasta el presente. Algo o muy menguados continúan siendo productivos y fortalecen significativamente las exportaciones bolivianas.

Incluso en alguno de esos cuatro casos se viven o se espera vivir nuevos booms, dadas las renovadas necesidades de la tecnología mundial. Pero, además, para esas necesidades de la humanidad del siglo XXI Bolivia también cuenta con, por ejemplo, con litio, indio, tantalio y, probablemente, uranio, níquel y cobalto.

Tiene igualmente notables yacimientos de hierro y manganeso. Asimismo, existen nada desdeñables reservas de agua y bosques tropicales que cotizan cada vez más alto en las consideraciones de los poderosos. Pero antes de soñar con el futuro, quizás resulte más saludable hacer algunas cuentas del pasado.

 ¿Han sido realmente tan ricas estas tierras? Claro, al grado de que son ya leyenda e inspiración de basta literatura. Al punto de que el asombro que despiertan trasciende los siglos. El caso del Cerro Rico de Potosí, descubierto por los españoles en 1545, resulta ejemplar porque suma probablemente cientos de referencias superlativas en cifras y hechos.

EL MUNDO DE LA PLATA

“El año 1683 tuvo lugar en la Villa Imperial una de las procesiones de Corpus Christi más costosas —ha informado, por ejemplo, el historiador potosino Luis Arturo Leytón—. En ella se gastaron más de 30 mil pesos de plata.

 El trayecto de la procesión fue pavimentado con barras de plata a cargo de los azogueros y ricos mineros del Cerro Rico”. Y al parecer fueron varios Corpus Christi en los que se vivió semejante muestra de fastuosidad en Potosí. Así lo ha ratificado el célebre escritor uruguayo Eduardo Galeano en su libro Las venas abiertas de América Latina, donde cita: “En la época de auge de Potosí, Bolivia, dicen que hasta las herraduras de los caballos eran de plata. De plata eran los altares de las iglesias.

 En 1658, para la celebración del Corpus Christi, las calles de la ciudad fueron desempedradas y totalmente cubiertas con barras de plata”. Incontables crónicas, textos de historia y enciclopedias suman datos. Bastará añadir que, según la Enciclopedia de Ciencia y Tecnología de Argentina, entre 1579 y 1635, el también conocido como Sumai Orko (“Cerro hermoso”, en quechua) producía aproximadamente la mitad de la plata en circulación en Europa y el 80 por ciento de la del Virreinato del Perú. Y tuvo otros períodos de auge más entre 1751-1760 y 1791- 1800. Época en que su producción volvió a crecer, duplicando la de comienzos del siglo XVIII, pero comenzó el agotamiento de los yacimientos.

 En la colonia se convirtió en la primera productora mundial de plata, soporte del imperio español y uno de los motores del comercio internacional. Se considera que en el siglo XVII las monedas potosinas eran valoradas tanto como hoy lo es el dólar. No por nada, Potosí fue también durante varias décadas una de las ciudades más pobladas del mundo. Según el demógrafo Daniel Paz, esta urbe llegó a su tope poblacional en 1625, con 165 mil habitantes. Era entonces, muy probablemente, una de las tres ciudades más pobladas del mundo, detrás de París (325 mil habitantes) y Estambul (650 mil).

MÁS DE UN CERRO RICO

“Con el declive de la actividad minera, la población de Potosí cayó a 70 mil habitantes el año 1750, 35 mil en 1785 y tan sólo a 8 mil habitantes en 1825 —explicó Paz en el informe 2016 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)—. Potosí perdió más del 95 por ciento de su población en un lapso de 200 años”. Y tardó casi otros 200 en recuperar aquel nivel poblacional.

En 2012, el censo boliviano estableció que la ciudad ubicada al pie del Cerro Rico contaba con más de 189 mil habitantes. Hubo tanta plata en esta parte del mundo que antes de descubrirse el Sumaj Orko, la fama de la abundancia argentífera provenía de Porco, un cerro ubicado a 30 kilómetros de Potosí. Y, a 150 kilómetros, cerca de Uyuni también estuvo Huanchaca. De ambas se ha dicho que sus vetas eran tan ricas que medían dos metros de ancho y traían plata de la más alta ley.

Sus historias trascendieron menos, sin duda, debido a la opulencia del Cerro Rico potosino. Y hubo más reservorios en el occidente boliviano. Entre el nacimiento de la República y el decaimiento definitivo de la plata a nivel global (1895), aquel metal aún fue el eje económico de estas tierras. Varias fortunas como las de los célebres “barones de la plata” (José Avelino Aramayo, Gregorio Pacheco Leyes y Aniceto Arce Ruiz) se forjaron en el siglo XIX.

Aunque éstos optaron por establecer sociedades externas, sobre todo, con capitales chilenos. Pero, paulatinamente, la economía mundial, en el nuevo siglo, empezó a demandar nuevos metales, entre ellos, el estaño. Bastas aplicaciones le hallaron los cada vez más vertiginosos avances de la ciencia en aleaciones, revestimientos, pastas de soldadura, etc.

90 KILÓMETROS DE ESTAÑO

Y si en algo el territorio boliviano resulta especialmente rico es en ese singular recurso. Las minas se encuentran en el altiplano y en la cordillera oriental de Los Andes. Se multiplican al interior de una franja de aproximadamente 90 kilómetros de ancho y 750 de largo. Franja que se extiende desde el norte del lago Titicaca hasta la frontera con Argentina y resulta próxima a cinco de las principales capitales bolivianas.

 El investigador francés Jean Pierre Lavand dijo sobre el país en su libro El em brollo boliviano (1982): “Toda su historia está signada por un destino minero, desde la extraordinaria epopeya del Cerro Rico de Potosí, que hizo del Alto Perú (después Bolivia) el principal productor de plata durante tres siglos y que forjó la leyenda de su riqueza, hasta la explotación de las vetas estañíferas”.

Lavand recuerda que hasta 1929, Bolivia cubrió un cuarto de la producción mundial, una quinta parte hasta 1949 y, todavía, una sexta en 1952. En 1950, aún ocupaba el segundo lugar entre los productores, después de Malasia.

 El estaño fue el principal producto de exportación del país y ningún otro producto logra disputarle su supremacía. Entre 1912 y 1952, la proporción de las exportaciones mineras osciló entre el 81 y el 98,52 por ciento (1948). La de sólo estaño nunca fue inferior al 55 por ciento, y llegó hasta el 74.4 por ciento en 1931. Entre los 672 patrones de minas censados en 1950, tres acaparan el 78.6 por ciento de la extracción de estaño durante el decenio 1940-1950: Simón I. Patiño (46 por ciento), Mauricio Hoschild (22, 5 por ciento) y Carlos Víctor Aramayo (6,9 por ciento). Los tres internacionalizaron sus capitales. Patiño, el caso más destacado, instaló su centro de operaciones en Hamburgo, Londres y, luego, en los Estados Unidos.

 “Una vez pasada la época de las primeras inversiones, en los años 20, los tres ‘barones’ sólo invierten en el país lo estrictamente necesario para que las minas continúen en operación —señala Lavand—. Las ganancias de las compañías son sin embargo considerables. De 1924 a 1928, Patiño multiplica su capital por 7, mientras que Aramayo duplica el suyo entre 1940 y 1947. Es notable que la fortuna de Patiño se registre en miles de millones de dólares”. Y claro, Patiño, según Jorge Espinoza, en su libro La minería en Bolivia, fue considerado el quinto hombre más rico del mundo y el mayor de Iberoamérica en su mejor época. Asimismo, Carlos Mesa señala que “en 1925 había sido reputado por el New York Times uno de los diez hombres más ricos del planeta”.

Es decir, en cuanto a fortunas, Patiño fue entonces el equivalente a Bill Gates o Warren Buffet, respectivamente, en la actualidad. Luego de aquel tiempo, en los años 70 y en los 2000, hubo dos nuevos auges del estaño, esta vez bajo propiedad del Estado. La abundancia del recurso suma, entre otras, a Huanuni, considerada la quinta mina de estaño más grande del mundo.

 EL DORADO BOLIVIANO

Por aquellas primeras décadas del siglo XX, en otra región boliviana, también, se empezó a descubrir el tesoro por el que tantos aventureros españoles perdieron más que la cabeza. En 1906, el Gobierno de Ismael Montes contrató al coronel inglés Percy Fawcett para que realizara la demarcación de las fronteras bolivianas con Perú y también trabajos cartográficos.

A mediados de ese año, Fawcett llegó a la cuenca Mapiri-Tipuani. Los relatos de los diarios que dejó, publicados en el libro Exploración Fawcett, ponen en evidencia el notable potencial aurífero de aquella región. “Paso a Mapiri un lugar con mucha riqueza de oro donde había personas de Europa y de otros países que aprovechaban para ellos la producción de oro, lo que se veía entre los mineros mucha gente que andaba borracha todo el tiempo —señala—. Mapiri era de mucha importancia porque era el paso importante hacia las áreas de producción de goma, de Mapiri en callapo se trasladaba al Beni, pasando antes por Tipuani y Huanay (sic). En el río Tipuani una persona por día puede obtener una libra de oro y el Huanay una onza de oro de 20 bandejas lavadas”.

 Aquella referencia ha inspirado a varios investigadores a reflexionar sobre la poca referencia que ha habido a la “Bolivia del oro” frente a las de la plata y el estaño. “A principios del siglo XX se había producido el cambio de patrón plata al patrón oro en el planeta —dice el investigador Javier López Soria—. Si vemos lo que Fawcett reporta sobre Mapiri no queda más que sorprenderse sobre la inmensa riqueza que hubo y hay en esa región. Está produciendo sin tregua desde hace más de un siglo, ha generado tremendas fortunas”. Según el estudio El Oro en Bolivia, del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (Cedla), en la Amazonía boliviana se encuentran cuando menos siete cuencas aluviales de oro o yacimientos secundarios. La cuenca más explotada y que sin embargo no se prospectó completamente es la de Tipuani-Mapiri.

El texto añade que “aunque generalmente se cree que esta cuenca ha sido la más rica, otras áreas como la del río Tuichi o del Río Madera podrían tener mayores reservas. La cuenca es alargada, con dirección Noroeste-Sureste, ocupando aproximadamente 6.000 kilómetros cuadrados”. Lo singular de este rubro en Bolivia resulta que nunca estuvo sin producir. Por el contrario, con el paso del tiempo, se fueron sumando nuevas áreas en regiones del centro, norte y del oriente del país. Es el caso de las Araras en Pando o, bajo otras características, las minas Don Mario, en Santa Cruz, y La Joya en Oruro. En la región tradicional también en años más recientes se acentuó la producción en zonas aledañas como Mayaya y Teoponte. Sin embargo, las dificultades del Estado para sentar presencia han marcado notables dificultades para que se precisen datos sobre los volúmenes extraídos y sus destinos.

RIQUEZA FUGAZ

También a principios de los años 20 del siglo pasado, otro codiciado recurso empezó a desatar codiciosas pasiones en torno a una montaña boliviana. Esta vez la riqueza brotó en el sur del país. En 1924, la Standard Oil Company empezó a explotar los primeros pozos petroleros en la serranía del Aguaragüe, allí frente a Yacuiba y Villamontes.

Como es bien sabido por ser historia reciente, el auge hidrocarburífero llegó a fines de aquel siglo y a principios del venidero. Bastará resumir que sólo uno de los megacampos del Aguaragüe, San Alberto, satisfizo durante tres lustros el 70 por ciento de las necesidades energéticas de Sao Paulo.

Es decir, movilizó a la séptima ciudad más grande del mundo. En ella se concentra el mayor parque industrial de Latinoamérica que genera el 24 por ciento de las exportaciones brasileñas. También valdrá citar que en ese periodo el Producto Interno Bruto boliviano pasó de 10.080 a 33.855 millones de dólares, principalmente gracias a las exportaciones de gas (41,8 por ciento del total). Pero, como también es bien conocido en el presente, la producción gasífera entró en declinación. Incluso, según reportes oficiales, desde abril de este año, Bolivia ya importa más combustibles que los que exporta.

La era del gas, la cuarta más célebre de la historia, suena a pasado mientras se estudian complejas formas de lanzar una nueva. En este caso, las beneficiarias del boom fueron diversas empresas petroleras transnacionales más la boliviana YPFB.

Cuatro grandes megayacimientos bolivianos con cifras superlativas. Sin embargo, tras dos siglos de explotación de esas riquezas, Bolivia no supera su condición de rezago en como uno de los países más pobres del contexto latinoamericano. Sobre las causales de semejante contradicción pervive un eterno debate.

Quedan claros, sin embargo, bajos tributos de los empresarios privados en todos los tiempos; el contrabando sobre todo en el caso del oro, así como la crónica corrupción y despilfarro de gobiernos de una y otra tendencia. Cifras y hechos que también abundan y opacan todo resplandor. ¿Será que es misma contradictoria suerte correrán el litio, el tantalio, el níquel, los bosques y hasta los probables nuevos booms de los viejos conocidos?

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