El cambio climático, al que millones de personas en el mundo no le prestan interés alguno, nos está pasando factura.
Algunos sostienen que, aunque ya sufrimos las consecuencias, todavía podemos revertir la situación. Un reciente informe de Naciones Unidas sobre el cambio climático ha dado un sopapo a la humanidad que retumbó en todos los rincones del planeta. Doscientos expertos en la materia examinaron más de 14.000 artículos científicos para escribir en 3.949 páginas una evaluación de cómo estamos y lo que vendrá.
Mientras nos cuentan, varios países están en llamas: Estados Unidos, Grecia, Bolivia, Brasil, Argentina, por nombrar solo algunos. De su parte, Europa registra las temperaturas más altas de la historia; por ejemplo, 48 grados centígrados en Sicilia, evidenciando que no hablamos de teoría sino que la realidad es una papa caliente y, literalmente, quema.
Dicho informe señala que en nueve años, entre 2011 y 2020, la temperatura subió poco más de un 1,1 grados centígrados, lo mismo que anteriormente había ocurrido en 50 años, entre 1850 y 1900. Este acelerado ritmo de depreciación nos quema el sueño. Las temperaturas son más altas y las olas de calor, más frecuentes.
Las predicciones de ese informe indican que en los próximos 20 años las temperaturas aumentarán 1,5 grados centígrados, pronosticando más calor, más lluvias y algunos tipos nuevos de sequías. Estos fenómenos se irán exacerbando en su magnitud y en su frecuencia.
Para otros científicos, el daño ya es irreversible. Admiten que, hagamos lo que hagamos, hay situaciones que ya no dependen de la buena voluntad. Cuando nuestros nietos vivan en el año 2100, el nivel de agua de los océanos subirá dos metros. Y en los siguientes 50 años va a subir 5 metros más; es decir, van a inundar a decenas de ciudades, e incluso podrían desaparecer países enteros.
Si proyectamos las consecuencias de esa imagen es un informe que estremece leer. Eventos extremos, violencia, escapes, migraciones y mucho más... Pareciera ficción, pero estamos sujetos a que la realidad la supere.
Toca replantear la dirección hacia donde nos dirigimos, bajo un sistema, una lógica en la que poco importa el mañana y casi nada la planificación a largo plazo, porque nos preocupamos exclusivamente en el ahora y lo concebimos como que es lo importante hasta defenderlo a toda costa. Llegamos a un lugar donde la razón y la sensatez se vuelven prácticamente nada.
El hombre, con sus prácticas desmedidas, ha calentado la atmósfera, la tierra y el océano. En lo que nos toca aún más de cerca, si veneramos la Madre Tierra, seamos coherentes y consistentes con lo que decimos.
La crisis climática y global afecta a todos y es por eso que vemos canales y ríos secos provocando pérdidas en el transporte fluvial y ferroviario en Bolivia. No es un tema de otros; es acá y ahora. La nieve de nuestras montañas ha desaparecido y así, en todas las latitudes del continente, los efectos son evidentes y palpables.
Las consecuencias de la quema en el Amazonas y en la Chiquitania las estamos sufriendo hoy y, no solo en Bolivia.
Habrá que reinventar lo que hacemos, cómo trabajamos y producimos, y clarificar los nuevos rumbos que debemos tomar midiendo las consecuencias del vecindario. Los gobiernos deberán reducir emisiones de gases de efecto invernadero, por lo menos, a la mitad; de esa manera podremos detener el aumento de temperaturas. Esto se hace utilizando tecnología limpia y plantando árboles. Los caminos a tomar son claros: si plantamos árboles, iremos mejor; pero si los quemamos y contaminamos las aguas al mismo tiempo de llenarnos la boca con el cuidado de la Pachamama, ya sabemos lo que nos espera. (R)