Cuando Donald Trump anunció aranceles de hasta el 50% contra más de 185 países de todos los continentes, los mercados financieros temblaron. China no se quedó atrás: contraatacó con un 34% a productos estadounidenses, y otros países se sumaron a la batalla, mientras que otros postergaron su decisión, esperando negociar algún acuerdo con el gobierno de Estados Unidos.
Desde La Casa Blanca emitieron un documento con los argumentos para estas medidas: "Países como China, Alemania, Japón y Corea del Sur han implementado políticas que suprimen el poder adquisitivo de sus ciudadanos para impulsar artificialmente la competitividad de sus exportaciones. Estas incluyen sistemas fiscales regresivos, multas bajas o inexistentes por daño ambiental y políticas para mantener los salarios bajos en relación con la productividad".
El presidente estadounidense anunció aranceles del 54% a China, que incluyen los ya vigentes. Esto convierte al gigante asiático en uno de los países más afectados en la lista de aranceles de Estados Unidos.
Ante esta suba en los aranceles impuestas por Trump, China se defiende y se justifica poniendo en el tablero sus logros: como el haber sacado a 850 millones de personas de la pobreza, erradicando la miseria absoluta y creando una clase media de 400 millones con gran poder adquisitivo además de convertirse en el motor de desarrollo del Sur Global.
El Ministerio de Finanzas chino afirmó que los aranceles estadounidenses sobre los productos chinos "no se ajustan a las normas del comercio internacional". El anunció hundió inmediatamente a las bolsas europeas, temerosas de una guerra comercial y una recesión global.
En represalia a la decisión que tomó Trump, el Ministerio de Comercio de China anunció, entre otras cosas, nuevas restricciones a la exportación de tierras raras, un grupo de minerales esenciales para la fabricación de tecnología avanzada, desde semiconductores hasta baterías de coches eléctricos. Entre los materiales destacan el samario y sus derivados, claves en la industria aeroespacial y de defensa; y el gadolinio, que es un componente crítico en equipos médicos como escáneres de resonancia magnética.
Desde Beijing también anunciaron la presentación de una demanda ante la Organización Mundial del Comercio por el asunto de los aranceles.
“La imposición por parte de Estados Unidos de los llamados 'aranceles recíprocos' viola gravemente las normas de la OMC, perjudica gravemente los derechos e intereses legítimos de sus miembros y socava gravemente el sistema multilateral de comercio basado en normas y el orden económico y comercial internacional”, declaró el Ministerio de Comercio.

“Se trata de una práctica típica de intimidación unilateral que pone en peligro la estabilidad del orden económico y comercial mundial. China se opone firmemente a ello”, añadieron.
En tanto, la situación de Alemania es diferente. La introducción del euro en 1999 fue criticada por integrar economías desiguales en una zona monetaria no óptima. Cuando el canciller Gerhard Schröder lanzó las reformas de la "Agenda 2010", se contuvieron salarios, aumentando la competitividad alemana frente a países menos industrializados de la eurozona.
Alemania ganó peso económico a costa de otras naciones europeas, que ya no podían devaluar sus monedas, convirtiéndose así en un gran ejemplo de país exportador. Pero se descuidaron inversiones internas, como infraestructuras, y el poder adquisitivo doméstico se debilitó. Todo esto se vio agravado después por la pérdida del gas ruso barato y del mercado ruso por razones geopolíticas. En teoría, los aranceles de Trump podrían ser un llamado de atención para que Alemania ordene su casa.
La intención de Trump es revertir la desindustrialización de EE.UU. bajo el neoliberalismo de sus predecesores, que trasladaron producción a mercados con mano de obra barata. Hoy, el país casi no tiene pymes y su capacidad productiva se reduce mayormente al sector militar. Pero cambiar abruptamente de un modelo basado en el valor accionarial de Wall Street a uno de fortaleza industrial conlleva riesgos de quiebras, dada la deuda nacional de 37 billones de dólares.

Trump persigue un objetivo legítimo, pero sus asesores económicos reflejan un pensamiento monetarista, no sólido. Peter Navarro, consejero de Comercio, calcula que los aranceles ingresarán 600.000 millones anuales al presupuesto, ignorando las consecuencias de una posible guerra comercial. Otro asesor y economista, Stephen Miran, se refirió a un plan para que los tenedores extranjeros de bonos estadounidenses los "intercambien voluntariamente" por deuda pública a 100 años sin intereses.
Desde el gigante asiático, promueven la postura de que la única solución a la crisis económica global es volver a principios de economía real: invertir en progreso científico, cooperación espacial e innovación. Esto exige reorientar los sistemas educativos y formar mano de obra calificada.
El mayor peligro de estos aranceles unilaterales es que la economía mundial se fragmente en bloques enfrentados en una guerra comercial, un resultado perdedor para todas las partes La alternativa, según el enfoque chino, es la cooperación en el desarrollo conjunto de África, Asia, América y Europa mediante inversiones conjuntas en infraestructura, industria, agricultura y educación, financiadas con créditos productivos.
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