Es uno de los motores más poderosos. Ya lo decía Goethe: “El amor y el deseo son las alas del espíritu y de las grandes hazañas”. Nadie podría discutirlo. Sin embargo, antes de llegar a ese punto se impone una pregunta básica, primera e inaugural: ¿Cuál es el deseo? O, un poco más coloquialmente, ¿qué es lo que queremos? ¿Qué quieren vos, ella, él ? A simple vista puede parecer obvio, un interrogante tan tonto y elemental... Si se lo piensa detenidamente, es bastante más complejo de lo que parece. Porque la demanda alude al deseo más profundo y genuino; al sincero y real, a ese que muchas veces yace sepultado debajo de capas y capas de mandatos, obligaciones o expectativas ajenas.
Ese que quizás hicimos nuestro e incorporamos por tradición, por hábito, porque lo repetíamos de chicos y sonaba lógico; porque nunca lo cuestionamos; porque nunca se nos ocurrió que fuera un deseo pret -a- porter y no uno hecho a medida; porque lo hicimos carne y nos parecía propio. No hablamos de ese deseo, que no es nuestro y que incorporamos casi por ósmosis, sino del otro, del que se suelta al cabo de una respiración honda y profunda, del que sale cuando ni la razón ni el pensamiento intervienen en la respuesta, del que nace en las entrañas. Del que vale.
Ese que, en palabras de André Maurois, estancado es un veneno. Ese que por interés o cálculo, por miedo o cobardía, por comodidad o inercia, está sofocado, como el genio encerrado en una lámpara cuyo dueño no se anima a frotar. En caso de atreverse a dar el paso, conviene recordar, antes de hacerlo, aquel consejo que le atribuyen a Oscar Wilde: “Ten cuidado con lo que deseas; puedes llegar a conseguirlo”.
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