Con más de 100 años de historia, testigo de tormentas de arena, encuentros literarios y leyendas. El “Viejo” sigue siendo un destino único en la costa argentina.
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Lejos del mundanal ruido típico de la temporada de verano en el paraje costero llamado Ostende, se encuentra un hotel que guarda legendarias historias. Uno que a pesar de los años y del desgaste del ambiente, se mantiene firme frente al tiempo. Este monumento, conocido por el nombre de El Viejo Hotel Ostende, es un fenómeno histórico y cultural, y su público le es devoto.
No hay familia que haya vacacionado a lo largo de su vida en Ostende que no tenga una historia que contar sobre este lugar. Fue refugio para muchos artistas a lo largo de las décadas e inspiración para muchas obras de la literatura. Pero pocos simples mortales conocen lo que esconden sus paredes centenarias.

Un balneario de lujo a la criolla…
En 1908 llegan a la Argentina unos jóvenes belgas con ganas de asentarse en la costa atlántica. Comandados por el pionero Ferdinand Robette, este grupo venía con la idea de recrear los famosos balnearios europeos con su lujo y elegancia, pero en tierras criollas.
Los belgas eligen esta zona, que se encuentra a unos 29 km del mar, como el escenario propicio para su proyecto. Esas tierras sobre las que se fundaría toda la idea de urbanización creada por Robette pertenecían al empresario ganadero Manuel Guerrero. El primero decide asociarse con el italiano, Agustín Poli, y ambos adquieren las tierras que denominan Ostende, nombre elegido en honor a la ciudad que se encuentra en Flandes, con la misma denominación. El ambicioso proyecto consistía en crear una ciudad balnearia que le compitiera a Mar Del Plata. No solo en cercanía, sino también en la temperatura del agua, que era 5 grados más cálida en esta zona, y que se debía a una corriente caliente proveniente del Brasil.
La idea inicial incluía un área urbanizada, sin lujo pero elegante, una avenida central con 50 metros de ancho, un hemiciclo y una rambla con pilares y balaustradas que quedaría inconclusa. Hoy en día lo único que queda en pie de esa época son unos 100 metros de la rambla y el reconocido hotel.

Más de 100 años de historia y llegar en carruaje
En 1913 se fundó finalmente la localidad y el Hotel Termas, que más tarde sería conocido como “El Viejo” Hotel Ostende. La construcción ofrecía amplios salones, espacios para juego, lectura, esgrima, panadería, restaurantes y jardines de invierno. Sus huéspedes encontraban en este paraje verde una especie de retiro entre la naturaleza y la calma. Si bien este era un ambiente elegante, el viaje para alcanzarlo no lo era tanto. La manera de llegar era tomar un tren en Constitución y bajar en la Estación Juancho. Apenas los pasajeros arribaban eran transportados en unos carruajes hacia un puesto de estancia llamado Colonia Tokio - nombre que se debía a que la mayoría de los trabajadores del lugar eran de origen japonés- donde posteriormente se subían a un tren de vías móviles. Era común, durante el viaje en tren, que los peones ferroviarios descendieran para acomodar las vías una delante de otra -ya que solían estar cubiertas por la arena- para poder avanzar. Después de semejante viaje, los huéspedes solían instalarse durante largos períodos de tiempo.
A pesar de los avances, el proyecto original se vio interrumpido por el inicio de la Primera Guerra Mundial. Muchas son las versiones respecto a su inevitable fracaso y Roxana Salpeter, hoy gerente del “Viejo”-como lo llaman todos-, en conversación con LA NACION aclara: “La fundación de Ostende iba acompañada con un proyecto de colonización de 500 familias que iban a venir desde Bélgica a poblar la región. Muchas veces se dice que el proyecto fracasó porque los belgas volvieron a pelear en la guerra, pero no es así. El problema fue que los que iban a venir, nunca llegaron”.

Otro de los grandes dilemas de la región, que los belgas no previeron, fue la dificultad que acarreaba la geografía de la zona, y su total desconocimiento a la hora de manejar los médanos. Muchos de los edificios que poblaban la zona solían desaparecer bajo la arena, y si bien hubo proyectos de forestación para acabar con este fenómeno, todos resultaron en fracaso. Contaba Carlos Gesell en sus memorias, que en una de sus primeras estancias en el hotel, la planta baja de este estaba completamente hundida bajo la arena, por lo que había tenido que entrar al edificio por una pasarela de tablones que salía de la ventana del primer piso. Este problema recién pudo solucionarse a mediados de 1960, cuando la vegetación de la zona creció y el lugar estuvo más consolidado.
Salpeter también es la encargada de preservar la historia del VHO, y con esta todas sus anécdotas: “Nos ha pasado de familias que han venido al hotel y recordaban haberse hospedado de chicos, en la década del 50’. Contaban esto de quedar atrapados y no saber por qué ventana se iba a poder salir al día siguiente, si es que había una tormenta de arena durante la noche. Para esos chicos esa situación agregaba un sabor extra de aventura a las vacaciones”.
Leyendas literarias
A lo largo de las décadas, el alojamiento se convirtió en casa temporal de varios artistas. Por sus habitaciones ha pasado el escritor francés, Antoine de Saint- Exupéry, autor de El Principito. La habitación 51, donde esbozó los textos que conformaron su primer éxito literario, se conserva intacta al día de hoy y es sólo una parte de las visitas guiadas que realizan en el VHO.

Otros célebres visitantes fueron Silvina Ocampo y Bioy Casares, quienes se hospedaron a fines del verano de 1946 e incluso se quedaron durante el invierno. Esa larga temporada que pasaron en el alojamiento, los inspiró a escribir un texto a cuatro manos, que se convirtió en la novela Los que aman odian, un precursor del género policial en Argentina. Su argumento central se inspira en la atmósfera desolada que emanaba el hotel, después de una de esas consumidoras tormentas de arena, durante la cual se comete el crimen.

El VHO inspiró muchísimas otras obras de la literatura, por ejemplo escritos de Mariana Enríquez, Hebe Uhart, Miguel Briante, entre otros. Incluso Guillermo Saccomano, en uno de sus textos, lo describe como “el hotel de un lector”.
“Si bien soy vecino de Villa Gesell, donde resido desde hace años, cada vez que paso por Ostende no puedo dejar de contemplar con añoranza las historias que contiene esta construcción pródiga en anécdotas que, para un narrador, son inexorablemente inspiradoras. No creo desatinado pensar que en el VHO uno, como lector, no se aloja solo en un lugar confortable. También uno se sorprende al leerse y, seguramente, esto se debe al rumor del mar ahí nomás, ese rumor que en las noches se introduce en las habitaciones alimentando la fantasía de lo que pudieron vivir aquí personajes legendarios”, dejó escrito Saccomano, tras una visita, en el libro de huéspedes.

La transformación del viejo
Desde 1920 hasta 1970 el hotel tuvo varios dueños. Los últimos, la familia Salpeter -compuesta por Roxana y sus padres- veían esta adquisición como una oportunidad. Así podrían trabajar en verano y, con el dinero recaudado, mantenerse todo el año.
“Cuándo nosotros llegamos el hotel era lindo, pero estaba muy deteriorado. Había que levantarlo, pero sin demolerlo y empezar a recuperarlo lo antes posible. La idea no era ni transformarlo en un lugar moderno, ni que perdiera su esencia”, comenta Salpeter.
De las 55 habitaciones que hay en el hotel, 33 fueron convertidas en apart, y sólo seis quedaron exactamente originales. Los pisos con mosaicos de colores, el mirador y toda la torre central también se mantienen intactos. El patio se convirtió en un hermoso jardín parquizado, se agregó una pileta y el horno de la antigua panadería se convirtió en bar. Si bien hay agregados, la esencia primaria del legendario alojamiento permanece y se hace sentir.

“Nosotros tenemos data de que en la época del 30’, del 40’, en el hotel se hacían veladas de recitado poético, de piano, de violín… O sea, siempre hubo una cosa media mítica con las actividades que no sólo eran de playa, y nosotros tratamos de recuperar ese espíritu y mantenerlo al día. Entonces continuamos con las actividades culturales, con talleres literarios, presentaciones de libros y de películas”, explica Roxana, que hoy es la encargada de recuperar el archivo y las memorias del hotel, a la par de organizar estas actividades en temporada de verano. El espacio además cuenta con una biblioteca - de libros mayormente donados por los mismos huéspedes- que en este momento posee unos 450 títulos, y un microcine donde los veraneantes pueden elegir entre un catálogo variado de filmes para pasar las noches de verano.
Levantarse con la emoción de saber que un desayuno abundante y casero espera a ser consumido en el comedor. Extenderse en la arena a ser bañado por el sol y con la música del mar de fondo. Un ambiente de calma y alegría quieta que envuelve todo. Terminar el día de playa con una ducha fresca y elegir cómo pasar la noche: tal vez reservando la sala de cine para ver una de esas películas que pueblan la videoteca, o elegir alguna de esas historias que se esconden en la biblioteca y que espera acompañarnos en las tardes de verano. Todo eso es posible, y todo eso emana de este espacio.

El público es variopinto y a veces se renueva, pero los que ya conocen el alojamiento, vuelven a él como a un viejo amor. Caracterizado por familias con o sin hijos, parejas o grupos de amigos, la gente se siente atraída por un ambiente particular que emana el mismo hotel.
“Si bien ofrecemos un combo (buena comida, el balneario, un hermoso jardín), creo que lo que atrae a los huéspedes es el día a día que se vive acá, además del plus histórico. Nosotros ponemos el acento en ciertos detalles e intentamos mantener viva su historia. Tratamos de que sea un lugar en el que a nosotros mismos nos gustaría estar. Es como si venir al hotel fuera un destino en sí mismo”, concluye Salpeter.
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