Fue cruzárselo en la calle y revivir terribles sensaciones, esa especie de repugnancia que la invadía cada vez que recordaba a ese amigo de la familia, poniéndola a mirar por la ventana con la consigna de que se entretuviera mientras la obligaba a tocarle sus genitales. O aquella otra, en la que también llegó a su casa y aprovechó que no estaban sus padres para manosearla, por arriba y por debajo de su ropa. Tenía entre 4 y 6 años (hoy... + Leer noticia completa
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