Carlos “Chacho” Álvarez no va a hablar. No quiere dar entrevistas. Está sentado en una mesa de Varela Varelita, un bar de Palermo congelado en el tiempo. Ahí no hay avocado toast ni ninguna herejía similar. Hay café, sánguches de milanesas, barullo y vermut. Está envuelto en una bufanda porque su salud es frágil. Pero no tanto como para evitar ensañarse con un político en particular, atacarlo con crueldad, juzgarlo sin un atisbo de... + Leer noticia completa
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