Cuando vio aquel hilo de sangre, Diosmira Concepción se sorprendió. No era para menos, en su continuo andar por esa gran avenida de palmeras tropicales y edificios altos, nunca había visto cosa semejante: se trataba de un delgado hilo de sangre que por cuadras y cuadras se deslizaba entre las baldosas de las aceras, giraba donde tenía que girar y esquivaba donde tenía que esquivar, rodeaba no uno, ni dos, ni tres árboles, sino todos los... + Leer noticia completa
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