Tuve en mis brazos a la bebé Fátima pocos días después de su nacimiento. Cada vez que veía nuestra foto no podía contener una plegaria para pedir a todos los dioses y santos que la cuiden. Era hija de uno de los más de dos millones de sirios refugiados en Turquía. Su madre había autorizado mi abrazo. Apenas vi su pálido rostro, escondido rápidamente detrás de un velo negro.En las provincias de Kahramanmaras, de Hatay, de Gaziantep,... + Leer noticia completa
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