Unos años antes de que muriera, mi madre empezó a mandarme cosas: objetos que presumiblemente tenían un significado. A veces eran lo que cabía esperar, como joyas y fotografías, pero también había cosas más misteriosas. Por ejemplo, una tarde abrí un paquete que contenía, cuidadosamente envuelto, un leprechaun de cerámica de 20 centímetros de alto (mi familia no tiene ningún vínculo con Irlanda). No mucho después, anunció que... + Leer noticia completa
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