Quiero empezar diciendo que en los seis años que cursé las humanidades (educación secundaria) en Chile, durante el largo exilio de mi padre allá por los años 50 y 60, no vi nunca un solo indígena entre mis compañeros de curso. Y, por las mismas razones del exilio, yo no estaba en un colegio particular, caro, sino todo lo contrario, en el Internado Nacional Barros Arana de Santiago, por entonces un muy buen instituto fiscal. Había unos... + Leer noticia completa
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