Casi nadie se anima a hablar, a contar lo que ocurre una vez que se ponen el uniforme y se alistan para trabajar por 12 o 24 horas seguidas, por un sueldo que a veces ni siquiera llega al mínimo nacional. Tienen miedo porque están bajo vigilancia constante con cámaras de seguridad, y porque saben que si sus superiores se enteran de alguna queja suya perderán su trabajo. Por eso prefieren callar los descuentos arbitrarios, que trabajan sin... + Leer noticia completa
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