Los partidos políticos nacen, crecen, se desarrollan y mueren. Están condenados a esa inexorable ley de la vida y no existe alguna posibilidad de que vivan y gobiernen eternamente. Ni los partidos más poderosos y que se perfilaban como sempiternos escaparon a esa suerte y, por más que sus caudillos y jefes hagan todos los esfuerzos que se puede imaginar, no pueden desconocer esa ley. Uno de los signos que revela la vigencia de esa ley... + Leer noticia completa
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