Un prolongado gemido, más parecido al de un lobo que al de un ser humano, llamó la atención de los vecinos. Alguien se atrevió a entrar y encontró al famoso ingeniero venezolano, Pedro Salinas, de 83 años, piel y huesos, lloroso. A su lado, el cadáver de su esposa Ysbelia Hernández, de 74 años, bioanalista y abogada, en grado extremo de desnutrición. Los catedráticos en la República Bolivariana de Venezuela ganan entre dos a veinte... + Leer noticia completa
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