El frío y la lluvia azotaban Santa Cruz en junio y ella contemplaba la calle vacía. El agua corría como río, golpeando los carretones estacionados en las afueras del mercado La Recoba, a una cuadra de la plaza de La Concordia. Vestida de negro riguroso y con la cara cubierta con el velo de misa también negro, ella esperaba. Era media noche. Y recordaba. Tenía catorce años, cuando su madrina, la casó con Heriberto, un voluntarioso joven... + Leer noticia completa
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