Hace ocho años, tuve un gran empleo como profesor titular en una pequeña universidad en Pensilvania. Parecía que había logrado el éxito. Sin embargo, después comencé a temer ir al trabajo. La indiferencia de los alumnos ante mis enseñanzas me parecía un insulto personal. Me estaba agotando. Cuando llegaba a casa, me quejaba por teléfono con mi esposa, que comenzaba su propia carrera académica en una universidad a 322 kilómetros de... + Leer noticia completa
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