Era un renombrado maestro; uno de esos maestros que corren tras la fama y gustan de acumular más y más discípulos. En una descomunal carpa, reunió a varios cientos de discípulos y seguidores. Se irguió sobre sí mismo, impostó la voz y dijo: –Amados míos, escuchen la voz del que sabe. Se hizo un gran silencio. Hubiera podido escucharse el vuelo precipitado de un mosquito. –Nunca deben relacionarse con la mujer de otro; nunca. Tampoco... + Leer noticia completa
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