Los pupitres de lo que una vez fue la escuela de Ologá, un aislado pueblo de pescadores en Venezuela, llevan cuatro años amontonados en un salón oscuro y lleno de polvo. La pizarra está en blanco y la pintura de las paredes se desprende por la humedad. La escuela funcionaba en una modesta construcción con ventanas oxidadas en un islote de este empobrecido asentamiento de palafitos, sobre el Lago de Maracaibo (Zulia, oeste). Llevaba tres... + Leer noticia completa
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