Un muchacho delgado como su esqueleto, sucio como los trapos que lo cubren a medias, de tez aceitunada opacada por la polución vehicular, se acerca hasta la ventana para un algo que puede ser moneda, sobra o basura. Sólo brillan los ojos verdes, extraños en medio del afán en plena Avenida Montes de La Paz, con algún lejano recuerdo de cariño, de amable abrazo, de fraterno desayuno. Instintivamente cierro el vidrio, quiero que cambie la... + Leer noticia completa
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