Era febrero de 1953. Mauricio Lefebvre, sacerdote oblato, dejaba su natal Montreal para seguir su vocación misionera. En aquellos años era común que los religiosos católicos abandonaran su país con el objetivo de promover la fe por el mundo. A Mauricio le tocó Bolivia. Llegó de Miami a Llallagua. Todo era nuevo, desconcertante para quien ha vivido sus primeras décadas en una de las naciones más apacibles. Le llamó la atención la... + Leer noticia completa
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