Aquel hombre abandonado a una ceguera eterna caminaba tanteando los signos indescifrables de la existencia, su propio instinto, fundado en el vuelo de las polillas y en el polvo que flotaba al sol, era lo único que le comunicaba con la realidad. Aquella tarde, mientras bebía de su tutuma, empezó a hablar inspirado por un sentido de certeza y honestidad impenetrables. No se intimidó por vivir en el corazón de aquel trópico esclavizado por... + Leer noticia completa
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