Recuerdo siempre que Ana María Romero de Campero (1941-2010), que llevaba el apellido de su esposo porque le daba la gana, no por vieja usanza social, me llamaba “enfant terrible” en aquellos tiempos en los que dirigía el diario católico Presencia (1989) y yo era feliz escribiendo crítica de cine y televisión. Me distinguió con semejante sobrenombre que recuerdo con orgullo. La principal enseñanza que recogí de ella está resumida en... + Leer noticia completa
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