Anteayer, lunes, había escrito una columna nublada como el día. Oscurecida con aprehensión; sermoneadora y temerosa de la tormenta que se veía venir desde un altiplano implacable, instaba a mis lectores, como párroco a sus fieles, a no dejarse vencer y a luchar para que todos obedezcan las normas de salud, ayudando a la sobrevivencia de los seres humanos y del país. Verdades, aunque trilladas. Todos, hasta los más inconscientes en... + Leer noticia completa
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