“Bienvenido a Santo Domingo, señor”, me dijo un temeroso funcionario de Aduanas dominicano al arribar al aeropuerto dominicano. El hombre, vestido de uniforme tenía puesto un barbijo y miraba con desconfianza mi pasaporte francés. Viajar desde Montevideo –haciendo escala en Bogotá– hasta Santo Domingo en la primera semana de marzo de 2020, fue algo así como levantarse de un sillón en el que uno mira pasivamente un programa de... + Leer noticia completa
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