Hemos convertido el fracaso en nuestra usual carta de presentación política. Amamos el fracaso. El fracaso ajeno, claro. Te convengo yo como tu amor, pues si bien me he aplazado ya diez y ocho veces en la universidad, al menos no me drogo como el chico que te gusta. ¿Qué tal? Siempre sale bien atribuir al otro los males más malosos y, de refilón, aprovechar la quejumbrosa situación de ese vecino para pintarte como el capo. Sirve.... + Leer noticia completa
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