Piedras enormes, rojo sol y el polvo alzado en nubes sobre tierra seca… El sol al irse musitó al oído: el alma tienes para nunca muerta. Moviéndose serpientes a mi lado hasta mi boca alzaron la cabeza. El cielo gris, la piedra, repetían: el alma tienes para nunca muerta. Picos de buitre se sintieron luego junto a mis plantas remover la tierra; voces del llano repitió la tarde: el alma tienes para nunca muerta. Oh sol fecundo,... + Leer noticia completa
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