Érase una niña que pasaba las horas contemplando el mar. Sus ojos parecían tener apenas el tamaño de un botón, pero en ellos cabía el infinito del cielo con todas sus relucientes estrellas. Nadie recordaba exactamente el momento en que la pequeña instaló su risa juguetona junto al mar. La gente iba y venía, venía y se marchaba presurosa, discutiendo la conveniencia de ciertas inversiones económicas para obtener mayores ingresos. Por... + Leer noticia completa
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