Rashomon de Akira Kurosawa (Japón, 1950) rompe moldes de la narrativa cinematográfica porque presenta tres versiones distintas —tres finales a elegir por el espectador— de una violación y de un asesinato. La película tiene un soporte de guion tan extraordinariamente sólido, que cualquiera de las tres podría asumirse como un final verosímil. No es el caso de la política boliviana en la que domina la tosquedad de unos operadores... + Leer noticia completa
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