La puta pandemia lo había arruinado todo. Había contagiado a Nueva York hasta el último rincón. Nunca la ciudad había estado tan quieta por tanto tiempo. Fantasmagórica. Si hasta se podían cruzar sus avenidas sin esperar a que el semáforo diera la luz verde. Se escuchaba una moneda caer en la vereda desierta. El silencio apenas se rompía con alguna ambulancia que hacía ulular su sirena. O cuando, a las siete de la tarde de cada día,... + Leer noticia completa
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