Nunca se había visto a Evo Morales tan furioso con los periodistas. Los ha llamado “inmorales y repugnantes”. Los insultó así después de que informaron sobre el atentado que intentó simular el sábado pasado en el Chapare, donde, según el gobierno, el expresidente evadió un control antidrogas, atropelló a un policía y realizó disparos desde el vehículo en el que se transportaba.
No hay manera de confiar en la versión del gobierno, pero lo de los tiros lo confirmó el mismo cocalero, aunque después dijo que tergiversaron su mal castellano. Más tarde admitió que los automóviles en los que se traslada son prestados por la dictadura venezolana y que además coordina sus acciones con la tiranía cubana en reuniones en las que supuestamente participa Luis Arce.
La ira que siente Morales por los periodistas se materializó días después en Mairana, población de los valles cruceños, donde sus seguidores atacaron salvajemente a policías y reporteros, los mantuvieron como rehenes y amenazaron con quemarlos. Los redactores y camarógrafos pasaron momentos de terror frente al acecho de la turba, que actuaba ni más ni menos que aquellos avasalladores que hace tres años dispararon contra varios equipos de prensa en la hacienda Las Londras, de Guarayos. Se trata de la reacción que adopta cualquier criminal cuando se ve desenmascarado. Así está el ciudadano de Orinoca.
Es justo decir que la carga informativa que ha estado mostrando los crímenes de Evo Morales no sólo ha provenido de los medios tradicionales ni de los periodistas. Un ejército de influencers, tiktokeros, editores de memes y toda esa “fauna” de creadores de contenidos que satura las redes sociales se solazó durante varios días con el maravilloso material que les proporcionó el exmandatario, quien ya no puede abrir la boca sin meter la pata, al igual que sus colaboradores, quienes han dejado claro que los bloqueos obedecen a un intento por eludir un juicio por pedofilia. Además, el gobierno está sacando provecho de la narrativa de que la crisis económica, la inflación y la escasez son exclusivamente culpa de los bloqueos.
Evo Morales conoce muy bien los efectos positivos y negativos que puede tener la prensa y, en su caso, ya no hay manera de quitarle los motes de “pedófilo”, “narcotraficante”, “incendiario” y otros calificativos plenamente demostrables.
Para el expresidente boliviano Gualberto Villarroel fueron lapidarios los meses previos a su asesinato a manos de una turba de campesinos, un sector que lo idolatraba. La prensa hizo públicos muchos datos sobre su presunto giro hacia la derecha y sus vinculaciones con el nazismo. Eran momentos críticos, corría el año 1946, recién había terminado la Segunda Guerra Mundial y el revanchismo estaba a flor de piel. No hubo cómo volcar esa narrativa, y Villarroel no tuvo la capacidad de advertir el peligro que corría. En eso, Evo Morales fue más astuto en 2019 y huyó despavorido, pensando que lo querían matar. No hay que tentar tanto a la suerte.
Evo Morales conoce muy bien los efectos positivos y negativos que puede tener la prensa y, en su caso, ya no hay manera de quitarle los motes de “pedófilo”, “narcotraficante”, “incendiario” y otros calificativos plenamente demostrables.