Editorial

Corralito boliviano

En 2001, Argentina vivió uno de los momentos más oscuros de su historia económica: el corralito bancario. Esta medida, que limitó el acceso de los ciudadanos...

Editorial | | 2024-09-03 00:02:00

En 2001, Argentina vivió uno de los momentos más oscuros de su historia económica: el corralito bancario. Esta medida, que limitó el acceso de los ciudadanos a sus propios ahorros, desató una crisis que dejó cicatrices profundas en la sociedad y la economía argentina. Hoy, a más de dos décadas de esa catástrofe, Bolivia parece estar siguiendo un camino similar, donde una serie de restricciones bancarias avaladas por las autoridades estatales, está generando un corralito de facto que amenaza con provocar un desastre de grandes proporciones.

En los últimos meses, los bolivianos han visto cómo se van estrechando cada vez más las posibilidades de acceder a sus propios fondos. Bajo la supervisión de la Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero (ASFI), los bancos han implementado restricciones severas que afectan principalmente a aquellos ciudadanos que residen temporalmente en el extranjero. Estas medidas, que limitan el uso de tarjetas de crédito y débito, no solo atentan contra los derechos básicos de los usuarios, sino que también representan una violación al principio del libre flujo de capitales.

Uno de los ejemplos más claros de estas restricciones es la reducción periódica de los límites de retiros y pagos con tarjetas. Lo que antes era un procedimiento estable y confiable, ahora se ha convertido en una práctica que genera incertidumbre y angustia. Mensualmente, e incluso en algunos casos quincenalmente, los bancos ajustan a la baja estos límites, haciendo que tareas tan cotidianas como comprar comida o medicinas en el exterior se vuelvan prácticamente imposibles. Esta situación se agrava aún más cuando las personas afectadas se encuentran en situaciones de vulnerabilidad, como aquellos que están en el extranjero por razones de salud.

Las restricciones impuestas han llegado al punto de limitar a 50 dólares semanales el uso de las tarjetas, una cantidad que resulta insultantemente baja para cubrir las necesidades básicas en cualquier país fuera de Bolivia. Para quienes han confiado sus ahorros al sistema bancario boliviano, esta medida no solo es injusta, sino que también representa una grave violación a su derecho fundamental de disponer libremente de su propio dinero. La situación se torna aún más alarmante cuando se considera que estos límites afectan de manera desproporcionada a aquellos en situación de vulnerabilidad, como estudiantes y enfermos en el extranjero, cuyos gastos superan con creces estos montos.

En lugar de proteger los derechos de los consumidores financieros, la autoridad supervisora parece más interesada en justificar las restricciones. En este contexto, resulta indignante que se aplauda un sistema que, en lugar de facilitar la vida de los ciudadanos, los condena a una situación de precariedad y desamparo.

El corralito de facto que se está aplicando en Bolivia recuerda de manera inquietante a lo ocurrido en Argentina en 2001. En ambos casos, la falta de acceso a los ahorros de los ciudadanos, la incertidumbre económica y la falta de acción efectiva por parte de las autoridades se combinan para crear una tormenta perfecta. La historia nos ha enseñado que las restricciones bancarias de este tipo no solo afectan a las economías individuales, sino que también pueden desencadenar crisis económicas y sociales de gran envergadura.

Bolivia, un país que en el pasado reciente ha visto cómo se han deteriorado sus instituciones económicas y financieras, no puede permitirse caer en la misma trampa que Argentina hace más de dos décadas. Se deben tomar medidas inmediatas para revertir esta tendencia y garantizar que los derechos de los consumidores financieros sean respetados. De lo contrario, el país corre el riesgo de enfrentarse a un desastre económico que podría tener consecuencias devastadoras para su población.