Luis Arce se ha colocado en la misma situación
pusilánime de Carlos Mesa, quien no tuvo la valentía de decidir sobre la
exportación de gas a Chile y organizó un referéndum en 2004, sabiendo que los
bolivianos iban a rechazar la propuesta, sólo por obedecer un sentimiento
antichileno que no tomaba en cuenta el interés del país. La mayoría se
pronunció por el rechazo y esa postura marcó la decadencia de la industria
gasífera boliviana que hoy está totalmente destruída. Preguntarle a la gente si
quiere o no subsidio a los combustibles, equivale a pedirle a un niño que
decida entre alimentarse con productos sanos o almorzar todos los días comida
chatarra. Es el sumun del populismo, algo que un padre responsable jamás haría,
porque estaría condenando a sus hijos a la destrucción de su salud. Ha quedado
claro que el único interés de Arce es la popularidad y ganar las elecciones,
sin importarle que el país se vaya al tacho. No sólo se trata de un acto de
cobardía, sino de la confesión abierta de que no tiene la capacidad para
generar propuestas alternativas a una medida absolutamente insostenible que
está llevando a Bolivia a una catástrofe sin precedentes.