La competencia de singles de los Juegos Olímpicos acabó en segunda ronda para el español, que ahora solo tiene una posibilidad de obtener oro en dobles junto con su compañero Alcaraz. El serbio, por su parte, va en gran forma hacia el oro que le falta en su rica trayectoria.
París, EFE|29|7|24|
El español Rafael Nadal firmó su despedida de París. Su adiós olímpico en el cuadro individual y, posiblemente, su final competitivo, superado por el tipo con el que ha mantenido la mayor rivalidad que se recuerda en el mundo de la raqueta, el serbio Novak Djokovic, quien aprovechó su mejor situación física y su adecuado rodaje aún en las pistas para sellar, sin paliativos, sin concesión, en el territorio natural del español, una ansiada victoria, por 6-1 y 6-4 que le asienta en París 2024.
Fue el trigésimo primer triunfo del serbio ante el español en los cara a cara que han mantenido a lo largo de la historia. Pero el más doloroso. Nadal ganó en 29. El 30 nunca estuvo cerca.
El público de París estuvo a la altura, a lo largo del juego intentó reanimar a Nadal, una leyenda que ha hecho suya. Ganador 14 veces sobre la arcilla francesa, se resistió el gentío a que el español tuviera un final así. Un adiós que llega como algo natural. Pero fue desgarrador por momentos el panorama. Un Nadal sin opción, sin argumentos y sin fuerzas. En manos y al antojo de su mayor rival.
El atisbo de reacción del segundo set, cuando mantuvo el tipo con 4-4, fue un espejismo, una ilusión que dignificó el talante del español siempre de cara al partido, de pie, a pesar de la autoridad que desplegaba con su juego el serbio y las distancias patentes sobre la tierra de París.
Fue un regalo de los Juegos este clásico, un choque que no hace mucho se disputaba para definir un título, una final y que esta vez solo sirvió para acceder a tercera ronda. Lo logró Djokovic con una autoridad que le acerca al objetivo. A ganar el oro olímpico que falta en su palmarés. A formar parte de los elegidos que presumen del ‘golden slam’. De ponerse a la altura de Andre Agassi, Steffi Graf, el propio Nadal y Serena Williams.
Aspira el serbio a que la quinta presencia olímpica, esta última oportunidad, sea la definitiva después de los sinsabores asimilados en las anteriores experiencias en los Juegos. Un bronce, en Pekín 2008, es su único botín. Después, dos cuartos puestos y una eliminación, dolorosa, en una primera ronda.
La decimoquinta victoria olímpica individual de Djokovic, que igualó así el récord de la alemana Steffi Graf desde Seúl 1988 y que deja atrás el cosechado por Federer, con 14, supuso el adiós del torneo de su máximo rival, al que despidió sin miramientos, sin misericordia.
Nadal aceptó la apuesta también del cuadro de singles y esto le costó. A pesar de su reducido bagaje en 2024 y de que se encontró con molestias en el aductor derecho a las primeras de cambio, antes de empezar la competición y con el dobles que comparte con Carlos Alcaraz como una posibilidad real de podio.
No le bastó a Nadal con el embrujo de París, donde había ganado 113 partidos de los 117 que había disputado, para doblegar a Djokovic, el único que ha conseguido vencer en las pistas de Roland Garros al 14 veces campeón en la Philippe Chatrier. Necesitaba mucho más para hacer frente a un adversario extramotivado.
El balear, una leyenda, un jugador sin parangón, un caso único en Francia, asume su despedida. Se aferra en los Juegos al dobles, junto a Alcaraz. El futuro, su continuador. Es ahí ahora donde espera el podio y las últimas gotas de su aroma en París.
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