miércoles, abril 2, 2025
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El MAS en su mala hora

Es normal y hasta saludable que, en toda organización política, en el decurso de su existencia, se produzcan disensos, que haya debate y hasta escisiones que la historia ha registrado en los innumerables partidos que se han formado. El MNR fue el partido que más divisiones ha sufrido.
El Movimiento Al Socialismo, el instrumento político más grande desde hace por lo menos tres lustros, no se ha sustraído a la endemia separatista de militantes que han llegado hasta los niveles de dirigencia. Haciendo un repaso sin mucho meditar de los que, como Román Loayza, Filemón Escobar, Santos Ramírez o Félix Patzi, que fueron echados de sus filas sin haber ninguno de ellos trascendido por separado en el ejercicio de la política, es porque un político sin instrumento operativo estructuralmente fuerte es un político que no hace mella en el encarnizado escenario que decide sin escuchar a nadie, y quien no esté convencido de aquello solo piense en Tuto Quiroga y, hoy mismo, en Luis Revilla o cualquier dirigente de la “plana mayor” del irrealizable Sol.Bo.
Pero bien, esas crisis son parte de la experiencia que la ciencia política contempla, pero en el caso del MAS puede identificarse un factor que el sistema ha detectado con claridad: la pérdida de su influencia e identidad que hacen que cada vez tropiece más en el objetivo primario que en un tiempo pasado lo catapultó a la cima de las preferencias. La generación de vínculos con la sociedad civil hoy se ha reflejado en una división de facto, por la naturaleza caudillista de la organización.
Los movimientos sociales, que en su momento se han constituido en el fundamento sólido del MAS-IPSP, fueron encandilados por políticas asistencialistas desmedidas e irresponsables, favoreciendo con preferencia a sectores que con especial atención eran —y aún son— el sostén del caudillo.
Pero los movimientos que se han puesto de moda, no solo aquí sino en el resto del mundo ya con mucha anticipación, como los colectivos ambientalistas, feministas y de diversidad sexual, han sido captados por una ideologización ficticia de sus aspiraciones, como los matrimonios gais, el aborto, el cuidado del medioambiente y hasta las tendencias animalistas. Empero, cuando hablamos de esos movimientos nos encontramos con que legalizar, por ejemplo, la unión civil de dos personas del mismo sexo o el criminal aborto constituiría un desafío incluso a uno de los pilares macizos de su existencia traducido en el indígena, que conceptualmente es reacio a esa forma antinatural de emparejarse. La propia doctrina marxista es abiertamente contraria a las tradiciones y costumbres de hombres y mujeres nativos que nunca renunciarían a sus deidades y ritos heredados de tiempos inmemoriales.
La clase obrera, la autodenominada Confederación de Mujeres Interculturales (que hace poco escuché en un programa televisivo decir de su máxima dirigente, Angélica Ponce, estar conformada por 5 millones de miembros, lo cual por supuesto es un disparate), son de todas maneras segmentos que cada vez están encontrando más obstáculos para participar decisivamente en el rumbo político del partido, en el que disentir se ha vuelto un pecado definitivamente irredento. El verticalismo del caudillo ha ocasionado el fraccionamiento difícilmente disimulable en tres líderes de los que David Choquehuanca, con una actitud aparentemente de prudencia, está haciendo un trabajo de hormiga para sacar ventaja sobre sus rivales.
Es que es inocultable el distanciamiento del vicepresidente respecto a los otros dos líderes, y principalmente al fundador del instrumento.
Por tanto, esta crisis, a diferencia de las anteriores, mucho más manejables, está escapándosele, como agua entre los dedos, al líder histórico, quien, si no se viste de un ropaje auténticamente democrático al interior de su partido, ya puede estar pensando en compartir la sigla del MAS con adjetivos distintivos de sus propias orientaciones que caracterizan a nuestra pintoresca política.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor.

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