Antes de hablar de mi magistral padre Yuyo, quiero empezar por agradecer a todos aquellas y aquellos que lo sostuvieron tan feliz y activo estos últimos años, sin quienes jamás hubiese llegado de manera tan ejemplar a sus 91 años: su espléndido equipo de cuidadoras, sus colaboradoras artísticas, nuestra familia, sus amigas y amigos.
Espero poder leer este texto sin emocionarme demasiado. Ya estuve llorando mucho desde que una caída precipitó el fin de la vida de mi mi padre. Yuyo me preguntó varias veces qué iba a decir yo el día de su muerte. Y le respondí que seria incapaz de hablar de él en tales circunstancias sin lagrimear. Pero como los deseos de mi padre son órdenes, hoy al despertar me puse a escribir estas lineas y serán pocas mis palabras:
Ante todo, ayer no solo se apagó mi padre, sino que al mismo tiempo se apagó mi mejor amigo. Y su ausencia va a dejar un gran vacío para muchos. Yuyo era un ejemplo único de persona, brillante, audaz, impulsivo y sobre todo tan cariñoso y generoso con todos los suyos.
Siempre admiré a mi padre. Desde el primer día que lo recuerdo, Yuyo siempre fue un padre lúdico, lleno de amigos, de historias, de aventuras, de ideales, de posiciones políticas y artísticas.
Nacido en una casa repleta de libros, de muy niño, a los 11 años escribió su primer ensayo «Yo defiendo a Picasso», un mini-libro de cuatro páginas escrito a mano y auto publicado con pasión, en un solo ejemplar. Sin darse cuenta, ese mismo día ya se había definido toda su doble carrera futura: la de pintor controvertido, y la de pensador del arte.
Al comienzo de los años 60, Yuyo, conjuntamente con tres amigos, decidió lanzarse colectivamente en el mundo de la pintura para tratar de sacudirlo como su primer ídolo, Picasso. Las exposiciones hicieron mucho ruido y Yuyo obtuvo una beca para instalarse en Nueva York algunos años, en pleno auge del Pop Art y del movimiento hippie.
Tras su regreso de Nueva York a Argentina, puso en pausa su carrera de pintor, tanto como para alejarse del aspecto narcisista mercantil del arte, como para acercarse a otras actividades más sociales de los años setenta.
A veces Yuyo me decía «Lo que yo si sé, es que viví mi tiempo». Y sí, es cierto: siempre lo vivió. El tiempo histórico que lo condujo a ser periodista, a viajar con sus niños a París o Nueva York, pero también a posiciones políticas que lo llevaron a ser perseguido y tener que exiliarse de urgencia en Francia, donde con mi madre y mi hermana luego lo reencontramos.
Sus años en Francia fueron felices, muy productivos. Pintaba en el living de la casa, de dia y de noche, delante de su familia y de sus amigos. Allá en París, también fue el actor protagónico de mi primer cortometraje, haciendo de estrangulador, lo que lo divirtió mucho. Pero esencialmente lo que a él más lo divertía era pintar, la vida cultural de Paris y viajar a destinos inesperados como la selva amazónica.
Al terminar la dictadura, mi madre se reinstaló en Buenos Aires y un año más tarde mi padre también regresó a su pais, que siempre amó y que extrañaba.
En su casa taller de San Telmo pasó varios años de gran creatividad, rodeado cada vez más y permanentemente de colaboradoras y colaboradores. Lo que él había empezado como una profesión solitaria, se fue transformando en una actividad colectiva, aún más estimulante.
Hace unos quince años, la salud de mi madre se complicó mucho. Yuyo, muy perturbado, fue divino con ella hasta su último respiro. Me repetía entonces seguido «La vejez no es un chiste». Después de esta trágica pérdida, fue el amor por el arte, y el suyo propio, que lo salvaron.
Antes de cumplir 80, él decía «Seré como Hokusai -su pintor favorito- y haré mi mejor obra a partir de los 80». Y estuvo aún más productivo que durante cualquier década anterior. Luego, cuando cumplió 90, le dije «¿Y ahora qué?», y en menos de dos años pintó algunos de sus cuadros más espectaculares y coloridos y publicó dos ensayos teóricos. Uno de ellos, de 500 páginas, llamado «Asumir el caos», que él lo consideraba como su legado.
Nunca conocí de cerca a nadie que creyera tanto en la posteridad. Para Yuyo, el más allá existe, pero ese más allá es la existencia de sus obras que son los trazos de su pensamiento plástico y teórico. Desde ayer, su persona física ya no está más con nosotros. Pero sí está su espíritu, de manera más amplia, flotando a través de sus obras y todos los recuerdos y enseñanzas que circulan entre nosotros.
Yuyo fue mi ejemplo favorito durante toda mi vida. Su existencia fue ejemplar para muchísimos. Y lo seguirá siendo, ahora que él vive ya a través de los otros y ya no más por sí mismo.
Para él, la existencia era un terreno de juegos y también un terreno de batalla, a veces muy doloroso y en su mayor parte muy divertido.
¡Papá, gracias por haber convertido la vida en una tan bella experiencia!
* Cineasta. Hijo de Luis Felipe “Yuyo” Noé. Texto leído en la despedida de su padre, fallecido el miércoles pasado.