En el bullicio de los pasillos de las escuelas secundarias, más allá de las lecciones de lengua o de historia y de las ecuaciones matemáticas, late un universo lingüístico propio: el código adolescente. Una jerga en constante evolución, salpicada de neologismos, modismos importados de las redes sociales y guiños generacionales que, a menudo, escapan a la comprensión del mundo adulto. Si bien este fenómeno puede parecer una simple travesura o una forma de rebelión juvenil, su impacto en la educación y la cohesión social merece una reflexión profunda.
Negar la existencia de estos códigos es un error. Intentar erradicarlos por completo, una batalla perdida de antemano. La lengua es un organismo vivo, en constante transformación, y la creatividad adolescente es uno de sus motores más potentes. Sin embargo, tampoco podemos ignorar las posibles consecuencias negativas de una comunicación excesivamente fragmentada y excluyente. El desafío para la escuela, y para la sociedad en general, reside en encontrar un equilibrio. No se trata de demonizar el lenguaje adolescente, sino de comprenderlo, analizarlo y aprovechar su potencial. La clave está en el diálogo intergeneracional. Los docentes deben estar dispuestos a escuchar, a preguntar, a intentar descifrar el significado detrás de las palabras. Los padres, por su parte, deben abrirse a la posibilidad de que el lenguaje de sus hijos sea diferente al suyo, sin juzgarlo de antemano. La escuela, en su rol de formadora de ciudadanos, tiene la responsabilidad de enseñar el valor de la comunicación clara, precisa y respetuosa, tanto en el ámbito académico como en el personal. Es fundamental que los jóvenes comprendan la importancia de adaptar su lenguaje al contexto y al interlocutor, de utilizar un vocabulario amplio y variado, y de evitar la exclusión y la discriminación a través del lenguaje.
En este sentido, la escuela puede ser un espacio privilegiado para explorar las distintas formas de expresión, desde el lenguaje formal de los textos académicos hasta la jerga informal de las redes sociales, analizando sus fortalezas y debilidades, y aprendiendo a utilizarlas de manera consciente y efectiva.
“Adolescencia” es la serie que se estrenó en Netflix y que entró a los hogares con una fuerza brutal para evidenciar que el abismo generacional puede resultar dramático. Los adultos creen que conocen el universo en el que se desenvuelven los chicos; de hecho chatean, usan redes sociales y hasta pueden ser expertos digitales. Sin embargo, hay una dimensión desconocida para los padres, absolutamente inaccesible, indescifrable. Se trata del lenguaje que solo los adolescentes dominan, con códigos tan encriptados como devastadores.
En definitiva, el laberinto lingüístico adolescente no es un problema a resolver, sino una oportunidad para construir puentes entre generaciones. Una tarea que requiere paciencia, escucha activa y una apertura mental que nos permita entender que, detrás de cada palabra, incluso de las más incomprensibles, se esconde una historia, una emoción y una visión del mundo que merece ser escuchada.