El 28 de enero no fue un día cualquiera. Fue la fecha en la que Juliana Arias de Castillo, la matriarca de una extensa familia salteña, celebró su 102º cumpleaños. Aunque la reunión no pudo contar con la presencia de los casi 130 descendientes que tiene, cerca de 70 personas sí se dieron cita para honrar su vida con una cena al aire libre, en el fondo de la casa de uno de sus hijos. Había pernil, empanadas y mucho amor familiar.
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El 28 de enero no fue un día cualquiera. Fue la fecha en la que Juliana Arias de Castillo, la matriarca de una extensa familia salteña, celebró su 102º cumpleaños. Aunque la reunión no pudo contar con la presencia de los casi 130 descendientes que tiene, cerca de 70 personas sí se dieron cita para honrar su vida con una cena al aire libre, en el fondo de la casa de uno de sus hijos. Había pernil, empanadas y mucho amor familiar.


Nacida en Coronel Moldes, doña Castillo se trasladó a la ciudad de Salta cuando aún era niña, a los 8 años. En la Capital el destino la cruzó con quien sería su esposo; un obrero de la herrería que, tras verla varias veces al pasar, reunió valor y la conquistó con su simpatía. Se casaron cuando ella tenía 19 años y formaron una familia de ocho hijos, de los cuales hoy siete siguen celebrando su legado.
A pesar de su edad, Juliana mantiene una vitalidad asombrosa. No usa lentes, recuerda con claridad nombres y fechas de cumpleaños y no permite que la retengan en un solo hogar. "Ella rota entre las casas de sus hijos, no quiere quedarse en un solo lugar. Todos la queremos tener, pero cuando decide irse, no hay quien la detenga", contó a El Tribuno su hijo mayor, José Antonio Castillo, de 82 años.
Mujer de tiempos rigurosos, dedicó su vida a ser ama de casa. Se encargó de la crianza y educación de sus hijos con mano firme, inculcándoles valores que perduran. "Nos enseñó disciplina, respeto y solidaridad, y todo con solo tercer grado de primaria. Nos corregía cuando era necesario, pero también nos daba amor y enseñanzas", recordó José.
Los Castillo son una familia de luchadores. Su padre, un hombre trabajador y leal a su oficio, fue homenajeado por su constancia en la empresa donde pasó toda su vida laboral. Esa cultura del esfuerzo se replicó en los hijos, al punto de que José, cuando se recibió de médico, ayudó a su hermano menor a estudiar, y este hizo lo mismo con el siguiente. "Así, tres de nosotros nos convertimos en médicos, con esfuerzo y apoyo mutuo", relató orgulloso.
Con 102 años, Juliana Castillo sigue siendo el alma de la familia. Sus bisnietos y tataranietos la rodean con cariño, y ella les devuelve su amor con anécdotas y enseñanzas de otros tiempos. "Agradecemos a Dios por tenerla con nosotros. Su presencia es un regalo que valoramos cada día", concluye José. Y mientras su madre siga apagando velitas con la misma energía, la familia Castillo seguirá reuniéndose para celebrar la vida de esta mujer extraordinaria.