Yolanda Ruiz camina despacio por las calles de Cerrillos. A sus 94 años, cada paso se transforma en un saludo, una sonrisa o un abrazo de quienes, años atrás, ocuparon un banco en sus aulas. “Mis chicos”, les dice cariñosamente, aunque ahora muchos ya peinan canas o llevan nietos y bisnietos de la mano.
Yolanda estudió en el colegio Nuestra Señora del Huerto, en Salta capital. Aquellos tiempos eran otros: viajar significaba madrugar y caminar hasta la estación para tomar el coche motor. Con un pan en el bolsillo, ella y sus hermanos iniciaban la travesía.
“Las monjas del colegio llevaban unos velos que dejaban ver apenas un pedacito de su carita. Eso siempre me dio mucha curiosidad”, recuerda con una sonrisa.
A los 18 años, diploma en mano, comenzó a enseñar en la Escuela 89 de Rosario de Lerma. “En esos tiempos el presidente Perón construyó muchísimas escuelas, lo que nos permitió a las jovencitas entrar a trabajar”, recordó Yolanda. En tercer grado, su preferido, enseñaba sobre la provincia de Salta. “Muchos niños no conocían la ciudad”, comentó. Por eso organizaba pequeños tours a la plaza 9 de Julio, la Catedral, los museos, el Monumento a Güemes y el 20 de Febrero, entre otros puntos emblemáticos, conectando las lecciones del aula con la realidad de su tierra.
A la escuela de Rosario de Lerma se trasladaba desde Cerrillos en los viejos colectivos de la empresa Villa, compartiendo el viaje con hijos de inmigrantes que llegaban atraídos por la incipiente industria tabacalera. “Había muchos italianos y gallegos. Les costaba más, pero con paciencia lograban aprender”, contó. Su compromiso era tal que se quedaba después de hora con los rezagados. “No me gustaba que repitan. Había que ayudarlos a avanzar”.
“En Rosario se trabajaba muy bien con la familia Durand. El intendente era Carlos, hermano del gobernador Ricardo Durand. Los actos que se organizaban eran enormes y muy lindos. Eso sí, teníamos que estar todos de punta en blanco. Las maestras eran impecables”, detalló. Yolanda no quiso olvidarse de nombrar a Coco Rodríguez, a los Aramayo y Usandivaras, entre otros.
Con el tiempo, regresó a su Cerrillos natal para enseñar en la escuela Gobernador Manuel Solá, la única del pueblo por aquellos años. Allí conoció a personajes entrañables como doña Liboria, encargada de la cocina, a la que describió como una persona amable y dedicada. A la señorita Amalia Sueldo, a la maestra de labores Angela Mazares, a “Terucha” Escotorín, Nelly Protti, Tuca Dua (música), Estela y Elsa Gallo y a la directora Matilde Gallo de Diez Gómez.
En el fondo de la escuela había una huerta donde los niños cultivaban y cosechaban lo que habían sembrado. “Era una forma de aprender y también de compartir, porque se repartía todo”, recordó.
Yolanda sigue viviendo en la casa donde nació en las primeras décadas del Siglo XX, convertida ahora en un emprendimiento turístico a escasos 100 metros de la plaza principal. Allí, entre mermeladas caseras y recetas familiares, evoca una época en que las campanas de la iglesia marcaban el ritmo de la vida, se jugaba en la calle y el campo, y los teléfonos eran un lujo. “Al principio no teníamos teléfono. Cuando había un apuro acudíamos a la casa de doña Ernestina Peralta de Macaferri, que nos lo prestaba. Luego nos conectaron. Yo todavía conservo el viejo aparato negro con manija, que dándole un giro te comunicaba con un operador y se hacía el pedido. Las esperas podían ser de horas”, explicó.
“Muchas cosas cambiaron para bien, otras no tanto. Fue muy lindo ver crecer a mi pueblo. Me emociona encontrarme con ex alumnos que me reconocen y me saludan. No me casé ni tuve hijos. Es el destino de cada persona, pero Dios me dio cientos de chicos que pasaron por las aulas, por los que aún siento un enorme cariño y ellos, según me expresan, lo tienen por mí”, confesó la señorita Ruiz.
Hoy, Cerrillos es una ciudad en pleno crecimiento, pero Yolanda sigue siendo su corazón. Su historia, tejida con paciencia y mucho amor, es un testimonio de que la educación no solo transforma vidas, sino también comunidades enteras.