Mundo, 09 de sep 2024 (ATB Digital).- Entre los siglos III y II a.C., Pérgamo, al noroeste de Asia Menor, fue la capital de la poderosa dinastía helenística de los atálidas. Destacados patronos de las artes y las ciencias, sus reyes crearon una biblioteca comparable a la de Alejandría y una destacable colección de arte griego clásico.
El redescubrimiento de Pérgamo vino propiciado por la decadencia del Imperio otomano a finales del siglo XIX. La Sublime Puerta se había entregado entonces a la potencia militar del Reich alemán, viendo en las ansias colonialistas de este su único medio de supervivencia. La alianza comportó la llegada a Turquía de generales, banqueros, artistas y viajeros prusianos, que contribuyeron a la modernización del Estado otomano, así como al descubrimiento de sus tesoros arqueológicos.
PRIMERAS EXCAVACIONES
El ingeniero y arquitecto Carl Humann era uno de aquellos aventureros que buscaron fortuna en los dominios del sultán. En 1861 vivía en Samos, donde buscaba un clima benigno para la tuberculosis que padecía. Allí tuvo oportunidad de dedicarse a su pasión por la arqueología, participando en una excavación en el santuario de Hera.
Se mudó a Esmirna en 1863 y empezó a frecuentar la alta sociedad de Estambul. El sultán lo recibió en su palacio y finalmente entró al servicio del gran visir Fuad Pachá en 1865, como ingeniero y topógrafo, y viajó por Asia Menor, Siria, Palestina y Egipto.
Durante esos viajes visitó Pérgamo. Nada más entrar en la ciudad, conforme caminaba hacia la acrópolis, percibió las huellas de su esplendoroso pasado. “Bergama, como ahora lo llaman los turcos –escribió más tarde–, tenía tan solo 4.000 griegos, 12.000 turcos y unos 1.000 armenios y judíos. Pero a medida que me acercaba a la ciudad, a la derecha de mi camino me asaltaban las impresionantes tumbas reales, que en su día estaban cerca de la vía principal, aún misteriosamente ocultas; y, ya en la ciudad, bastante cerca, a los pies de la ladera sur de la ciudadela, se elevaba imponente una estructura roja flanqueada por sus dos torres”. Era el Serapeion o Basílica Roja.
Fascinado, volvió en 1867 como supervisor de la línea de tren entre Ayvalik y Bergama y empezó a excavar con su equipo de operarios en la propia acrópolis. Creó un pequeño museo con sus descubrimientos e invitó a expertos como Ernst Curtius, pero sus hallazgos obtuvieron un tibio recibimiento en Berlín. Las piezas procedían de Asia Menor, no de Grecia, y su estilo barroco se alejaba del canon del clasicismo helénico que el historiador del arte Winckelmann había impuesto en Alemania.
PROPAGANDA IMPERIALISTA
Sin embargo, cuando Alexander Conze se hizo cargo, en 1877, del Departamento de Escultura Clásica en Berlín, comprendió la importancia del descubrimiento y escribió a Humann, que entonces llevaba una plácida existencia en Esmirna, apoyándole para una nueva excavación.
Humann consiguió el respaldo del canciller alemán Bismarck, que soñaba con adquirir para Alemania una gran obra clásica pero veía que Grecia no permitía la exportación de antigüedades. En 1878 empezaron las excavaciones. Por solo 20.000 marcos, la totalidad de los tesoros de Pérgamo pasaron a engrosar las colecciones imperiales.
Cuando Conze presentó el friso del altar de Pérgamo, en 1880, en la Academia de las Ciencias de Berlín, el Imperio alemán tuvo ante sí un monumento comparable al friso de las Panateneas del Partenón, que Inglaterra custodiaba en su Museo Británico. El altar celebraba, mediante la dramática lucha de los dioses olímpicos contra los Gigantes, la decisiva victoria de Eumenes II (197- 160a.C.) sobre los galos, que encumbró a Pérgamo como capital de un extenso reino basado en la cultura y los ideales del mundo heleno.
En Alemania, las imágenes del friso evocaban un acontecimiento reciente de su propia historia: la victoria de Bismarck sobre Francia en 1870 y la consiguiente proclamación de Guillermo I como emperador del nuevo Reich alemán.
En 1896, coincidiendo con los 25 años de la fundación del Imperio, se organizó en Berlín una gran exposición en torno a una reproducción del altar de Pérgamo, cuya escalinata desembocaba en un templo de Zeus, copia del de Olimpia. Completaban la muestra dioramas y pinturas con escenas de Pérgamo y de la historia de Alemania así como actores que escenificaban el triunfo de los atálidas sobre los galos, con referencias a la victoria alemana sobre los franceses.
ARQUEÓLOGO INCANSABLE
Mientras, Humann siguió sus excavaciones en Pérgamo y supervisó numerosas misiones en Oriente: en Ankara hizo una cuidada copia del testamento epigráfico de Augusto (el Monumentum Ancyranum) y acudió a Nemrut Dag cuando se descubrió el mausoleo del soberano Antíoco I de Comagene.
Humann se rodeó de epigrafistas, arqueólogos e historiadores que coronaron sus expediciones en Hierápolis, Trales, Magnesia del Meandro, Priene y Éfeso, entre 1887 y 1995. El historiador Theodor Mommsen le dio el título de vir Pergamenus maximus, Ancyranus maximus, Commagenus maximus, en alusión a sus tres grandes descubrimientos: Pérgamo, el Monumentum Ancyranum y el mausoleo del rey de Comagene.
Humann reveló a Occidente el pasado grecorromano de Asia Menor a través de uno de sus reinos helenísticos más poderosos, el de los soberanos atálidas. El Museo de Pérgamo, en Berlín, abrió sus puertas en 1930; en él se exhibieron los resultados de las excavaciones llevadas a cabo desde el Egeo hasta el golfo Pérsico entre 1878 y 1918. Humann murió en 1896 y se le enterró en Esmirna, pero en 1967 sus restos mortales se trasladaron a Pérgamo; una lápida al sur del altar señala el lugar exacto donde reposan.
FUENTE: NATIONAL GEOGRAPHIC