(Publicado en Página Siete el domingo 5 de febrero de 2023)
La actividad cinematográfica de Kitula Liberman se conoce poco, y sin embargo desde el año 2005 ha realizado media docena de películas documentales que deberíamos conocer para incorporar su obra en nuestro mapa del cine boliviano de las décadas recientes.
Los ecos del fuego |
Kitula realizó “Los ecos del fuego” (2005, 29 minutos), donde aborda un hecho relacionado con los hechos del “funesto febrero de 2003”, cuando se produjo el enfrentamiento entre la policía y el ejército en plena plaza Murillo de La Paz, y el vandalismo mezclado con el descontento político arrasó en El Alto con la alcaldía que los vecinos intentaron defender infructuosamente de un incendio provocado que destruyó sus instalaciones completamente.
El documental aborda la violencia irracional de esos días (que lamentablemente está enraizada en las reacciones colectivas de los bolivianos cuando la masa se convierte en un curioso animal depredador), a través de un hecho que podría convertirse en una metáfora de salvación y sanación colectiva: los estudiantes de la Orquesta Municipal de El Alto, dirigida por Fredy Céspedes, arriesgan sus vidas para salvar los 200 instrumentos que estaban guardados en la Alcaldía.
Los ecos del fuego |
Los hechos reconstruidos, a veces con secuencias de ficción (no muy bien logradas en cuanto a la puesta en escena), se elevan a la categoría de símbolo con un mensaje de paz y racionalidad: el arte y la educación pueden salvar a la juventud de la violencia y el vandalismo.
A través de entrevistas con profesores y estudiantes de música que vivieron esos momentos tan difíciles como incomprensibles, se comprueba que la nobleza de espíritu y el uso de la razón contra la violencia, se han incorporado como valores en aquellas personas que redimen a la sociedad en su conjunto a través del arte, en este caso a través de la música.
El documental incluye imágenes (fotografía de Guillermo Ruiz) muy emotivas de los músicos de la Orquesta Municipal de El Alto, quienes luego del incendio continúan ensayando en los espacios destruidos de la alcaldía, reivindicando su derecho a la paz y al arte. La última secuencia muestra un concierto en una iglesia, prueba de que hay una juventud en El Alto que no está de acuerdo con el vandalismo y la delincuencia que en el imaginario colectivo caracteriza a esa ciudad.
Pan y forraje |
La vida ha llevado a Kitula Liberman a vivir
en otros países, y le ha permitido realizar películas en República Dominicana y
en Haití, una isla donde me ha tocado vivir y trabajar durante tres años, y que
conozco bastante bien. En “Pan y forraje” (2008, 28 min.), la cineasta aborda
el testimonio de Luis Santiago Méndez, un carretero urbano que junto a su hijo
“Pochi” recorre Santo Domingo vendiendo fruta del mercado. Ni la carreta ni el
caballo le pertenecen, simplemente es un “conductor” que se ha ganado la
confianza del dueño de los caballos y de la asociación de vendedores
ambulantes. Es un hombre pobre que vive su cotidianeidad con enorme dignidad y
reflexiona sobre su vida mientras recorre las calles con la cadencia lenta de
la carreta.
Pan y forraje |
Cada día, Luis trae a su casa el sustento para mantener una familia numerosa, pero no es solo ese esfuerzo y esa vida en el límite de la pobreza lo que hace interesante el documental, sino la dignidad del relato del personaje y su interacción con la sociedad que lo rodea. Luis dice que tiene cinco caras diferentes para enfrentar la vida. La primera es la cara familiar, que es la más íntima, la del padre cariñoso y dedicado. La segunda es la cara dura que usa para hacer su trabajo en el mercado, donde compra la fruta de los mayoristas. Su cara se transfigura en una cara amable para tratar con sus clientes más fieles, convertidos en amigos. Tiene otra cara para tratar con el dueño de los caballos, con el sindicato, etc. El relato está muy bien articulado porque Luis, a pesar de su pobreza y de su limitada educación, es una persona lúcida que procura inculcar valores humanos a sus hijos.
El documental se prolonga quizás demasiado con las imágenes de la carreta en las calles, pero lo hace para no perder la calidad del testimonio. También incluye entrevistas con personal del gobierno municipal, de la asociación El Caballito. Luis es consciente de que el proceso de crecimiento y racionalización de la urbe acabará con las carretas tiradas por caballos, sabe que su testimonio quedará como uno de los últimos.
En “Kullaka” (2018, 46 min.), Kitula Liberman aborda el testimonio de mujeres aimaras del altiplano de Bolivia que fueron catequizadas por monjas misioneras como María Pedro Bruce, que es el personaje referencial del documental, aunque no gira únicamente en torno a ella.
Kullaka |
Además de rescatar la figura de María Pedro y su dedicación a Bolivia, el documental hace énfasis en los procesos educativos que se desarrollan a lo largo de varias décadas, sobre todo con grupos de mujeres que se organizan en torno a actividades productivas o de comunicación, como es el caso de radio San Gabriel, a la que el film de Kitula le dedica varias secuencias en las que las mujeres, ya mayores, ofrecen su testimonio de cómo comenzaron a formarse y a formar a otras compañeras. El proceso de apropiación de la radio a través de mensajes, música, comentarios, radionovelas y finalmente planificación de la plataforma comunicacional, es característico de una comunicación participativa que empodera.
Medio siglo de trabajo y de memorias transcurren en casi 50 minutos de entrevistas que se entrelazan con fotografías del pasado y también testimonios de una nueva generación que se benefició del crecimiento cultural y espiritual de sus progenitores.
Kullaka |
El relato articulador es el de la propia María Pedro Bruce, misionera de las Hermanas de Loreto. En junio de 1960 se fue a estudiar a Estrasburgo y regresó en 1966 a Bolivia para trabajar apoyando proyectos de capacitación en Viacha, Jesús de Machaca y Achacachi. La huella que dejó es reconocida por decenas de mujeres aimaras cuya vida cambió desde entonces. Si bien las misioneras catequistas tenían como papel principal la evangelización, no pudieron ser indiferentes a la realidad que exigía de ellas un mayor compromiso social.
Me interesó en particular el tejido de relaciones entre religiosas y religiosos de diferentes órdenes (jesuitas, maryknoll, oblatos, etc.) que trabajaban en coordinación con instituciones como CIPCA en diferentes comunidades del altiplano.
Es difícil hacer cine en Bolivia cuando un cineasta no tiene la habilidad de conseguir recursos. Estas tres obras de Kitula Liberman son esfuerzos a puro pulmón.